La aparición de un acta fechada en 1725 por la cual el Cabildo Santafesino designa a Francisco de Frías como Alcalde en la zona de nuestra ciudad, se suma a los elementos que validan el Tricentenario a celebrarse este año.
Más de setecientas canciones que llevan su firma rubrican su inagotable inspiración. Pero lo suyo no es solo cantidad, sino también calidad. Muchos de sus temas forman parte de la cultura popular argentina, ya sea con su inconfundible voz o interpretados por otros grandes artistas. Con medio siglo de trayectoria y una carrera admirable, Paz Martínez es un ícono de la música nacional que no se dejó encandilar por los flashes y siempre supo mantener una bonhomía y humildad infinita.
Una canción de Los Beatles que sonaba en la radio fue el destello que lo iluminó. Norberto Alfredo Gurvich tenía 14 años cuando, al escuchar "Love Me Do" en su casa, decidió que iba a ser músico. Intuía que el recorrido no iba a ser sencillo aunque contaba con el combustible más importante para alimentar su motor interior: la pasión. Todavía no imaginaba que un día sería Paz Martínez, un cantautor multipremiado capaz de llenar salas y teatros a lo largo y ancho del país. Por entonces Beto solo tenía claro que quería pasar el resto de sus días entre acordes y partituras. Para su satisfacción, sus padres no ignoraron ese anhelo y pronto le regalaron una guitarra.
El camino se hace al andar y así fue como el artista construyó su sueño. Paso a paso, avanzando gracias a un talento innato que apuntaló con esfuerzo y compromiso, todo se fue dando de una manera natural. La afición se convirtió en profesión cuando fundó el Trío San Javier junto a Pedro Favini y José Ragone en 1975. Siete años después abandonó el grupo para continuar como solista y su nombre artístico empezó a transformarse en una marca registrada para el gran público.
Nuestra editorial tuvo el privilegio de conversar con Paz Martínez, sus notas musicales y honda creatividad entraron a tejer historias…
- Paz, te quiero hacer una pregunta, porque siempre me parece que los padres nos marcan a fuego. Quiero saber cómo fue esa niñez, cómo fueron esos dos tesoros que has tenido como padres.
- Nací el 23 de abril de 1948 en San Miguel de Tucumán pero estoy anotado el 24. Siempre lo utilizo como broma: mi viejo era porteño, judío de Villa Crespo, se llamaba David Gurvich. Tenía muy buen humor, entonces yo digo siempre que en lugar de anotarme el 23 de abril me anotó el 24 porque le dijeron que era más barato. Mi papá era un tipo muy particular, un soñador. Era gráfico, un tipo muy culto e informado. Como todos los gráficos de la época, era de izquierda o, como se decía entonces, bolchevique. Se ponía afuera de las fábricas, se subía a un cajón de manzana o lo que sea que lo aguantara, y arengaba a los obreros cuando salían para que luchen por sus derechos. Y siempre sucedía lo mismo, lo agarraba la policía, lo metía en cana un día y después lo soltaba y listo. En una oportunidad debe haber hecho algo mucho más groso porque se escapó de Buenos Aires y se fue a Tucumán.
- Allí conoció a Fortunata, tu madre.
- Sí, mi pobre madre cayó en las garras de este caballero. Ella era modista de alta costura y una cocinera maravillosa, había estudiado cocina y también dibujo. Afortunadamente heredé lo musical de ella, quien cantaba mejor que una profesional aunque siempre fue autodidacta. Ya de grande le pregunté por qué no se había dedicado al canto y me dijo, textualmente, que en esa época las mujeres que cantaban eran "mujeres de la vida". Esa era la mirada que ella tenía. Bueno, mi mamá era modista de alta costura, especialista en trajes de novia, y con dos socias tenía un negocio importante en Tucumán. Además se había ganado la grande, la lotería. Pero apareció David, mi papá. En esa época la mujer tenía que acompañar al hombre, era así. Yo, por supuesto, no comparto nada de eso, pero así era la cultura de la época.
Ellos se casan y tienen dos hijos: mi hermano mayor, que falleció a los 34 años cuando estaba viviendo en Holanda, y yo. En este marco mi viejo le pidió a mi mamá toda la plata que tenía para poner la imprenta, y un diario en Tucumán. Mi papá en ese momento dejó de ser tan de izquierda y se hizo radical en una provincia que debe ser una de las más peronistas del país y mucho más en ese entonces. En ese diario que tenía hablaba en contra del gobierno peronista y eso era muy peligroso.
Un día yo estaba jugando con mi hermano en el fondo de la casa, mi papá vino corriendo, nos dio un beso en la cabeza a los dos y saltó por arriba de una parecita. Nos quiso proteger y se escapó. En ese mismo momento, escuchamos a mi mamá enojada, a los gritos y con un palo en la mano que se llama oflador, que se usa para estirar la masa. Estaba con unos tipos que habían entrado a buscar a mi padre. Tenían armas y mi vieja, criada en el campo y brava, los enfrentó. En conclusión, los tipos se fueron y mi viejo desapareció. Al tiempo llegó una encomienda a casa. Cuando mi mamá la abrió, lo primero que vi eran revistas para mí, un tarro de chocolatada y una carta, que mi mamá leía mientras lloraba. Enseguida mi mamá puso poquita ropa en dos valijas, cerró la casa y la imprenta y nos fuimos a la estación. Tomamos un tren que se llama Estrella del Norte y fuimos a Retiro en la capital porteña, donde nos estaba esperando mi papá con un hermano que vivía en el barrio que está pegado al aeropuerto. De ahí después mi viejo alquiló una casa en el pueblo de Ezeiza y ahí me crié. Hoy soy ciudadano ilustre de Ezeiza. Fue un lugar donde mi viejo y mi vieja me regalaron una guitarra cuando tenía 14 años.
- Ya tenías pasión por la música. En un show que diste en Rosario contaste que habías llegado a hacer un simulacro de guitarra con un cajón de verdulería.
- Me gustaba mucho la música, cantaba bien. Yo me daba cuenta porque cantaba canciones de moda de la época y a mis amigas les encantaba. "¡Beto, cantá!", me decían. Cuando estaba en segundo año, vi que mis compañeras tenían una revista con unas páginas que decían "Enseñanza de guitarra" y había dos sambas: "Alma de nogal", que estaba en Do mayor, y "La atardecida", que estaba en Mi menor. Y resulta que abajo de la letra, abajo de cada sílaba, tenía dibujado el diapasón de la guitarra con la posición de cómo tenías que poner los dedos. Entonces le dije a las chicas que me presten la revista, fui a la verdulería, le pedí un cajón de manzana al verdulero y le saqué una tabla. Le dibujé las seis cuerdas y los trastes y estuve todo el fin de semana probando cómo hacer con los dedos. Eso lo vieron mi mamá y mi papá y al tiempo me compraron una guitarra.
Ver nota completa en nueva edición